Covid-19
Normalmente no solemos dar la importancia que realmente
merecen a las pequeñas cosas hasta que nos vemos obligados a prescindir de
ellas.
Hace un día increíble, hoy 19 de marzo de 2020 es nuestro
cuarto día de confinamiento a causa del Covid-19, un virus que se ha convertido
en una pandemia a escala global y que llegó a España hace unas semanas, pero,
en ese momento, no éramos conscientes de la magnitud que esta situación iba a
alcanzar en tan poco tiempo.
No se nos permite salir de casa desde el domingo pasado, a
no ser que sea por motivo de fuerza mayor, como por ejemplo: ir al
supermercado, a la farmacia o a trabajar. El estado español decretó el llamado
“estado de alarma”, lo que supuso el cierre de todos los centros públicos como
escuelas, universidades, lugares de ocio, culturales, incluso, ya no se permite
ir a visitar a tus seres queridos a las residencias o geriátricos.
La gravedad de esta pandemia ha hecho que se adopten medidas
drásticas puesto que el número de contagiados por el virus aumenta cada día,
pero, lo más doloroso, es que el número de muertes provocadas por el virus
también incrementa a diario y la única solución a la prevención de la expansión
es el aislamiento en nuestros hogares, reduciendo al mínimo el contacto entre
personas y la exposición pública.
Nunca antes había vivido algo similar. Al principio, me
hacía gracia ver a la gente por la calle llevando mascarillas y guantes, o
guardando 1 metro de distancia en las colas. No llegué a imaginar que nos veríamos en esta situación de
alarma. Lo más gracioso es que ahora soy yo la que siente ese miedo cuando
salgo a comprar. Miro con desconfianza a las personas pensando en si ellos
estarán contagiados, incluso me cambio de acera para no pasar cerca de la
gente.
Pero no todo son noticias desalentadoras. La unión emocional
entre las personas va floreciendo. Todos los días, a las 20:00, la gente sale a
sus balcones o terrazas o desde las mismas ventanas para homenajear con un gran
aplauso, al unísono, a aquellos profesionales que cuidan de la salud de los
demás, ya sean sanitarios, policías, cajeros de supermercados, reponedores,
transportistas…; a todos ellos que están en una exposición constante al virus,
pero que no pueden dejar de trabajar para que los demás podamos seguir con
nuestras vidas.
Es emocionante ver, en momentos tan duros, cómo los
ciudadanos lanzan sus mensajes de ánimo al resto, cómo la gente deja de lado
sus diferencias para volverse más solidarios y empáticos, cómo, de nuevo,
volvemos a tener ese sentimiento de generosidad ofreciéndonos a ayudar a
quienes más lo necesitan con gestos tan sencillos como ir a hacer la compra a
nuestros vecinos o pasear a sus mascotas para que la población que se encuentra
en mayor riesgo permanezca a salvo en sus hogares evitando cualquier contacto
con el exterior.
Hoy, día 19 de marzo de 2020, un jueves más, es un jueves
completamente diferente a lo que estamos acostumbrados. Es el cuarto día de
confinamiento y realmente echo de menos la vida que llevaba antes de que todo
esto ocurriera. Echo de menos ver a mis amigos, el simple hecho de quedar para
tomar algo en una terraza y hablar de la vida. Echo de menos estar con ellos y
sentirlos, sentir su calor humano, poder abrazarlos… Ha llegado un punto en el
que estoy cogiendo manía al teléfono móvil, ya que en estos días es la única
forma de poder hablar y saber de ellos. Me canso del mundo virtual. Quiero
retomar la vida real y poder ver cara a cara a cada uno, a todos. Echo de menos
su presencia.
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